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La democracia está dejando de satisfacer las aspiraciones ciudadanas que se indignan ante la lejanía de los gobiernos.
12 DE Agosto 2012 - 20:47
A consecuencia de nuestra turbulenta historia los argentinos tendemos a identificar las crisis con explosiones inflacionarias, con la marcha galopante del dólar, o con las alternancias bruscas en el vértice del poder; aprendimos, además, que existen crisis importadas, un concepto que nos sirve para eludir responsabilidades propias.
Estas visiones sesgadas pueden ahora impedirnos advertir que asistimos a una crisis de extensión e intensidad singulares, y que afecta a las grandes convicciones que nos permitieron transcurrir, con suerte dispar, las últimas décadas.
La globalización, imaginada como un proceso continuo hacia el gobierno mundial y hacia un mercado único, libre y universal, se encuentra paralizada por su incapacidad de resolver los problemas.
Surge entonces el concepto de sociedad planetaria a vertebrar partiendo de la universalización de los derechos fundamentales, de la lucha contra los riesgos globales, y del fortalecimiento de las regiones continentales.
La democracia, pensada como un estado electoral y un entramado de valores cuya vigencia depende de decisiones políticas o de mercado, está dejando de satisfacer las aspiraciones de los ciudadanos que se indignan ante la lejanía de los gobiernos.
La democracia constitucional y federal es la nueva meta apenas imaginada por los politólogos más lúcidos.
El Estado de bienestar y su arquetipo escandinavo resultan gravemente erosionados por la crisis fiscal, las condiciones de producción y los desequilibrios demográficos. En realidad, en todas las latitudes, la actual crisis sirve de argumento para recortar prestaciones sociales.
El propio concepto de desarrollo, todavía identificado en las áreas más atrasadas del planeta con el dogma productivista (producir de cualquier forma y a cualquier costo), esta siendo revisado ante la necesidad de armonizar producción con ambiente, bienestar e inclusión social.
La nueva sociedad planetaria
Un repaso a las condiciones nacionales y regionales en las que se desenvuelve la crisis contemporánea, nos muestra el caso de la Unión Europea agobiada por un complejo debate acerca de la mutualización de las deudas nacionales, por el altísimo desempleo y por el envejecimiento poblacional que es también, dicho sea de paso, el agotamiento de ciertas ideas políticas hasta aquí dominantes.
Afortunadamente para los europeos, las voces que sugieren una “salida a la argentina” -que consiste en la adopción de medidas de emergencia al margen de la Constitución-, no encuentran eco alguno.
Si bien, como ha puesto de manifiesto Jorge Castro en un reciente coloquio organizado por la Escuela de Posgrado Ciudad Argentina, los Estados Unidos y China afrontan una perspectiva de ralentización de sus indicadores de producción; tal novedad es compatible con el mantenimiento, en el largo plazo, de una creciente demanda de alimentos que viene de la mano del fenomenal crecimiento de las clases medias en los países asiáticos que giran en la orbita China.
La crisis local
Debatimos acaloradamente acerca de las dimensiones y alcances de la crisis económica argentina. Mientras la mayoría traza un escenario de estallido donde solo resta determinar la fecha, la profundidad del cráter y el número y condición de las víctimas, las posiciones moderadas imaginan un proceso muy intervenido por el Gobierno que se arroga la responsabilidad de discernir premios y castigos.
En cualquier caso, la inflación, la situación energética, la abultada factura de subsidios, la conflictividad social y el eventual resurgimiento del desempleo, están en el centro de las preocupaciones de los avispados ciudadanos que viven en el sur y de sus ilustrados científicos sociales.
Cuando el foco del análisis se traslada al norte argentino y, de modo especial, a nuestra Salta, las cosas transcurren de una manera distinta.
La ausencia de debates, el empobrecimiento de nuestra agenda política, la acendrada resignación y el fatalismo están, en el peor momento, a la orden del día.
El gobierno provincial no hace sino convalidar este peligroso estado de cosas. Su reverente actitud ante el unitarismo patagónico-porteño, es una mala noticia para los salteños. Sus rudimentarias ideas económicas lo vuelven promotor de la especulación inmobiliaria, de la depredación del ambiente, del clientelismo y de la mala calidad de los servicios públicos (educación y salud) que potencia la exclusión.
Salta, aunque no siempre lo advirtamos, ha dejado de ser la empobrecida región que conocimos entre los años 50 y 80, para convertirse en un pujante distrito económico. Pero, claro, esta pujanza aparece lastrada por el unitarismo como queda de manifiesto en el caso de las retenciones agropecuarias, las regalías y el estatuto hidrocarburífero.
Como lo soñaran el Ingeniero Pancho García y sus amigos del GEICOS, Salta debería, con toda urgencia, volver sus ojos al Pacífico, para convertirnos en uno de los supermercados del Asia. En paralelo, su dirigencia política y social debería retornar al ideario federalista.
Las dificultades
El Estado de bienestar y su arquetipo escandinavo resultan gravemente erosionados por la crisis fiscal.
La democracia constitucional y federal es la nueva meta apenas imaginada por los politólogos más lúcidos.