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POR CARLOS VERNAZZA, EXSUBDIRECTOR DE EL TRIBUNO.
28 DE Mayo 2014 - 01:08
Nunca, salvo durante la Segunda Guerra Mundial, se dejó de organizar un Campeonato Mundial de Fútbol. Por su expectativa y audiencia supera incluso a los Juegos Olímpicos.
Brasil ya tuvo la ocasión, en 1950, de organizar este acontecimiento. Pero, al perder la final con Uruguay, sufrió su mayor frustración deportiva. Si bien desde aquel entonces nuestros vecinos ganaron cinco títulos, el dolor por el “Maracanazo” sigue vigente.
La iniciación del próximo Mundial está precedida de fuertes disputas y polémicas. Incluso con manifestaciones públicas numerosas, que protestan contra el millonario gasto que demanda la organización. Ni siquiera Sudáfrica, mucho más pobre que Brasil, tuvo tantos problemas previos.
La presidenta Dilma Rousseff recibió de su padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva, dos legados difíciles de concretar: dentro de poco el Mundial de Fútbol y en 2016 los Juegos Olímpicos.
Casi dos presentes griegos
En Brasil, hoy protestan muchos: los pobres, los políticos, la policía civil y hasta las Fuerzas Armadas. Por eso, para tratar de asegurar el orden durante la totalidad de los partidos ya se dispusieron 170.000 agentes, de los cuales 57.000 pertenecen a las Fuerzas Armadas.
San Pablo, un infierno
Días atrás estuve nuevamente en San Pablo, una megalópolis con 22 millones de habitantes que se autotitula “capital económica y cultural de América Latina”. Este estado produce por sí mismo el 40% del Producto Bruto Interno (PBI) de todo el país. Recordemos que la tierra de Vinícius de Moraes es la sexta potencia económica del mundo.
San Pablo tiene una circulación de más de cinco millones de vehículos, y a pesar de que dos números de la patente se eliminan cada día, el tránsito es infernal. Ello sin perjuicio de que la ciudad posee doce líneas de subterráneos y un aceptable servicio de trenes de cercanías.
En la visita a esta ciudad encontré todo tipo de desórdenes y actos callejeros. Un ejemplo vale: las dieciséis estaciones urbanas de ómnibus fueron tomadas por los choferes durante varias horas, provocando un caos que recuerda al cuento de Julio Cortazar “La autopista del sur”.
La protesta fue tal, que la autopista Dutra, que une San Pablo con Río de Janeiro, llegó a tener una cola de automóviles de 165 kilómetros. La convocatoria para manifestarse o cortar rutas y calles se hizo a través de las redes sociales, en muchos casos por grupos de ultraizquierda. Por eso el gobierno se vio obligado a crear un Centro de Defensa Cibernética, ya que los hackers invaden todo tipo de portales, incluso los oficiales.
Esta inmensa ciudad no tiene el récord de homicidios en América Latina, pero sí el de robos.
Además, la vida nocturna es mínima y desdice aquel eslogan que asegura San Pablo “nunca duerme”.
Vendrán muchos menos
Según los cálculos previos, unos 600.000 extranjeros iban a venir a presenciar el Mundial de Fútbol. Pero a pocos días de su inicio, esa cifra parece reducirse a la mitad.
San Pablo, donde se jugará el partido inaugural del anfitrión contra Croacia, tiene hasta hoy apenas un 45% de ocupación hotelera. Hay varios motivos para explicar por qué no vienen los del hemisferio norte:
a) El país está lejos del centro económico del mundo;
b) Por la inseguridad latente
c) Por los elevados costos, incluso para los europeos.
Otro factor decisivo es la elección de las sedes, ya que en Brasil serán doce y distanciadas unas de otras por varios miles de kilómetros. Por ejemplo, desde Porto Alegre hasta Manaos son necesarias seis horas de vuelo, una duración similar a la del viaje entre Buenos Aires y Caracas.
Demasiado gasto
Si bien las obras fundamentales como las de las autopistas, aeropuertos y alojamiento quedarán para usos posteriores, es tal el costo de lo que se hizo que la gente pobre no tolera semejante inversión frente a sus insatisfechas necesidades.
Tengamos en cuenta que el 30 por ciento de los brasileños es pobre y el salario mínimo ronda los 400 dólares mensuales, salvo en San Pablo donde es un treinta por ciento superior. Por eso, hasta la policía y el Ejército hicieron huelga, y observan atónitos lo que consideran un despilfarro injustificado. Así y todo, Brasil está realizando un esfuerzo ciclópeo para organizar este torneo, a pesar de ser el segundo país con la peor distribución de la riqueza en el planeta.
Dilma está sola
La mandataria de Brasil, que en su primer año de gestión obtuvo una popularidad superior a la del propio Lula, ahora está en decadencia porque la gran bonanza económica disminuyó, entre otros motivos porque su país, líder del Mercosur, sufre una retracción en las exportaciones hacia Argentina. Además, porque a pesar de ser miembro prominente del G20, se le achicaron las compras de China e India, pilares de la economía del orbe.
Dilma se siente sola, ya que los gremios, la oposición y el pueblo le reprochan permanentemente los enormes gastos que genera la organización del Mundial. Pero eso sí, el que siempre está a su lado apoyándola es Lula. Es que la inmensa mayoría se niega a reconocer que el torneo de fútbol más importante del mundo da cuantiosas ganancias, sobre todo gracias a los ingresos por el turismo, la televisación y lo que aporta la FIFA.
Espectáculo planetario
Recordemos que el primer campeonato se realizó en Uruguay, en 1930, donde asistieron 548.000 espectadores. Más reciente, en Alemania 2006 y en Sudáfrica 2010, se vendieron cerca de 3,5 millones de entradas. Y gracias a la televisión, el campeonato de Estados Unidos, en 1994, fue visto por más de 3.000 millones de personas. Es decir, casi la mitad de la población del planeta.
A pesar de todo esto, lo que más me llamó la atención es que los brasileños, hasta ahora, demuestran poco entusiasmo por el Mundial. Aunque, por supuesto, aseguran que serán campeones por sexta vez.