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Ari Paluch fue acusado esta semana de toqueteos impúdicos y fue desligado de la radio donde trabajaba.
24 DE Octubre 2017 - 21:21
El acoso sexual es tan viejo como la humanidad. Desde la brutalidad de las cavernas, pasando por el despotismo medieval se ha mantenido siempre vigente, pero adquiriendo formas más sutiles y repulsivas.
Como señala Michel Foucault (Historia de la sexualidad), “la sociedad moderna es perversa, no a despecho de su puritanismo o como contrapartida de su hipocresía; es perversa directa y realmente”.
Diversos factores confluyen para extender un manto de silencio sobre estas situaciones (entre otros el temor de las víctimas y el poder de los acosadores).
Sin embargo, esporádicamente surgen oleadas que dejan al descubierto esta verdadera epidemia social, como ha ocurrido en la semana pasada al hacerse público el sórdido caso de Harvey Weinstein, el todopoderoso productor de cine que acaba de recibir un torrente de acusaciones de abusos de distinto grado, desde el acoso hasta la violación.
A diferencia del abuso sexual, no se exige que efectivamente haya habido tocamiento para su consumación, sino que se configura con la sola coerción con la intención referenciada, prescindiéndose de que la mujer acceda o no a lo peticionado por el victimario.
Resulta impactante la lista de “famosas” que resultaron ser sus víctimas. Paralelamente también se conocía la promiscuidad del presentador estrella de la cadena Fox, Bill O’Reilly, quien lleva abonados más de 40 millones de dólares para callar a sus diferentes víctimas. En un caso similar, hace pocos meses se conoció el caso de Bill Cosby, acusado por decenas de mujeres y también se difundió el despido de 20 “acosadores” de la empresa Uber. En estos días también en Argentina se ha acusado al periodista Ari Paluch de toqueteos impúdicos, que en todo caso no alcanzan el nivel de los depredadores norteamericanos y no encaja exactamente en una definición de acoso sexual en el trabajo. En el acoso sexual, el victimario, valiéndose de una situación de superioridad jerárquica o laboral, reclama favores sexuales bajo la amenaza de perjudicarlo en el ámbito de dicha relación para el caso de no acceder. A diferencia del abuso sexual, no se exige que efectivamente haya habido tocamiento para su consumación, sino que se configura con la sola coerción con la intención referenciada, prescindiéndose de que la mujer acceda o no a lo peticionado por el victimario.
Si bien existen otras modalidades, encontramos que o bien el acosador es un superior, social o laboralmente, que intenta saciar sus apetitos mediante la presión o el chantaje, o bien un hombre primitivo y atrasado, situado en un entorno de trabajo autoritario. En todos los casos, se trata de una execrable manifestación de poder y expresión de un desquiciado mental.
El acoso laboral y el acoso sexual suelen confundirse, pero se trata de situaciones netamente diferenciadas, aunque con algunos elementos en común. En el acoso sexual, el acosador persigue como objetivo conseguir favores sexuales reales.
Muchas veces consiste en la extorsión, en la que el acosador amenaza a la víctima con la pérdida de su puesto de trabajo si no accede a concederle las satisfacciones sexuales que reclama. Así, en los casos de acoso sexual, la satisfacción sexual es el objetivo y el acoso el medio para conseguirlo.
En Argentina tenemos un grave problema, no solo la legislación laboral no se ocupa de este viejo y turbio asunto, sino que inclusive- no encuentra recepción expresa en nuestro Código Penal, obligando a un esfuerzo por parte de los operadores jurídicos para poder encuadrar dicha práctica en una figura penal.
Es hora que se tome conciencia de esta epidemia. Gobiernos, empresas y sindicatos deben dejar de hacerse los distraídos.
El problema nos involucra a todos. En estos días que se habla de una reforma laboral “sectorial” (bien sea por sectores de actividad o sectores regionales) es necesario enfrentar esta problemática logrando consensos de prevención. Se deben establecer herramientas (protocolos) que establezcan pautas para que las víctimas tengan una contención adecuada.