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El sacerdote Rosa Torino en su hogar en Finca La Cruz. Jan Touzeau
Entrevista exclusiva con el cura Rubén Agustín Rosa Torino
2 DE Septiembre 2017 - 01:36
Luego de recuperar su libertad, el cura Rubén Agustín Rosa Torino retornó a su confortable vivienda ubicada a pocos metros de la histórica casona del general Martín Miguel Güemes, en Finca la Cruz. A ese lugar de extraordinaria belleza, enclavado en el corazón de las sierras subandinas, el sacerdote volvió tras 8 meses y 10 días de ausencia. Los primeros en recibirlo fueron los cinco perros doberman, los celosos guardianes que custodian la Casa San José donde se recluyó en 2015 cuando la Iglesia Católica decidió apartarlo del ministerio sacerdotal e intervenir el Instituto Discípulos de Jesús de San Juan Baustita, que fundó hace tres décadas. El Tribuno entrevistó a Rosa Torino horas después de abandonar la unidad carcelaria local, donde estuvo detenido desde el 21 de diciembre del año pasado, acusado de abuso sexual gravemente ultrajante.
¿Qué sintió cuando retornó a esta casa?
Hasta antes que ocurrieran estas cosas yo viajaba mucho y en este caso sentí que había retornado de un largo viaje. En el acceso estaban mis perros y en el interior de la casa todo estaba tal cual lo dejé aquel 21 de diciembre, cuando vino la Policía y me detuvo.
¿Cómo fueron sus días en la cárcel?
Conocía la cárcel por dentro por haber sido capellán durante cuatro años, pero distinto es vivir esa experiencia como preso. De todas maneras, los días en el penal los sentí como un crecimiento humano, como hombre y como sacerdote.
¿Lo han tratado bien?
En general me han tratado bien. Lógico, había que adaptarse a un sistema que al comienzo cuesta entenderlo, como las requisas, el protocolo que tenía que cumplir cada vez que debía salir para hacerme un control sanitario y otras cosas. Después comprendí que esos controles son necesarios porque hacen a la seguridad.
¿Cómo analiza las graves denuncias que le hicieron?
No me sorprende porque, si bien me gusta mucho la oración y soy un enamorado de mi fe y de mi Dios, sé que somos humanos y la Iglesia no escapa a situaciones humanas y más con esta globalizacion que se da en todos los rincones del mundo. Donde está la Iglesia, lamentablemente, también se dan estas miserias humanas que tienen que ver con las luchas internas y las mezquindades.
¿Esa miseria aflora en la misma Iglesia?
Cuando hablamos de Iglesia, hablamos de un cuerpo místico del que todo bautizado forma parte. Ese cuerpo está formado por hombres limitados, con sus virtudes y defectos. Entonces la envidia, la discordia humana, los malentendidos y otras cuestiones también tocan a la Iglesia como a cualquier institución. Por eso digo que, si a la Iglesia la vemos como cuerpo místico, tenemos que ver a Cristo como cabeza. Pero si vemos a la Iglesia como institución, es igual que otra institución social.
¿Por qué cree que le apuntaron a usted con estas graves denuncias?
Yo me siento un perseguido. Siento que detrás de todo esto hay una persecución. A mí me sorprendió el rumbo que tomó el caso. Desde pequeño quise servir como sacerdote y vivir mi fe. De pronto el Instituto Discípulos de Jesús, que fundé, creció demasiado. Tenemos 32 años de vida. Estamos en México, en Chile, en España y en el país en lugares donde no había iglesias ni sacerdotes. Es lo que el papa Francisco llama ahora periferia. Llegamos con nuestra fe a lugares donde nadie quería ir. Me refiero a iglesias abandonadas y pueblos donde no había un cura. Lo que hicimos desde la fundación fue ir llenando esos vacíos. En la Patagonia estamos en Gregore, que es lugar más frío del país, en Piedradrabuena, en Puerto Santa Cruz. Para mí esto fue una joyita porque son lugares donde hace cien años llegaron los salesianos para evangelizar. Yo soy exalumno salesiano y fue una enorme alegría ir a los sitios donde Don Bosco soñó e hizo tanto.
¿En qué sustentó esa tarea?
En la espiritualidad. No hay cosa más hermosa en el seguimiento de Cristo cuando al mensaje se lo vive desde la fe.
La fe es algo personal. Prender velitas o ir a un procesión son expresiones de fe, que se pueden hacer con fe o sin fe, por fetiche o como amuleto. A esto dejémoslo aparte. Yo estoy hablando de la fe de aquel que escucha al maestro, que cree en Cristo y en sus palabras. Nuestro ámbito es amplio, tenemos hogares de niños, ancianos, iglesias y damos retiro espirituales. Por eso vamos a estas periferias, como dice el Papa.
¿Se puede atribuir a ese crecimiento todo lo que está pasando?
Yo creo que eso pudo haber despertado una cierta envidia, celos, hablando humanamente. Siempre estamos juzgando de que el cristiano es un ser humano, como un espíritu encarnado.
¿Qué nos puede decir de los dos jóvenes que lo acusan de haberlos abusado?
Son dos hermanos religiosos que llegaron al Instituto. Los conozco de esa época y, como a todos, los quiero mucho. Después de las denuncias que me hicieron lo único que puedo decir es que les pongo la otra mejilla. Me parece que son instrumentos de alguien, los han usado. No los considero capaces de esto, más que como instrumento.
¿Estas denuncias pudieron haber estado relacionadas con el crecimiento de la congregación?
Sí. Algo de eso hay. Pero yo quiero aclarar que ese crecimiento no ha sido a la tonta ni a la loca. A mí me tocó velar por el sostenimiento de la institución. Muchas veces me ha tocado tener que decirle a un hermano que el instituto no era su lugar. Pienso que esas personas, a las que se les pidió que den un paso al costado, pudieron haberse sentido molestas.
¿Las denuncias pudieron haber sido motorizadas desde el seno de la propia iglesia?
Sí. Es posible. Como humano, no lo descarto.
¿Qué siente por los chicos que lo denunciaron?
Siento mucho aprecio, como hermano, porque en algún momento el Señor me los encomendó. Siempre he sentido que no soy yo quien los trajo al Instituto. No salimos a buscar a nadie, no hacemos campañas vocacionales de reclutamiento, sino que vienen y ese fue el caso de estos dos chicos.
¿Qué opina de las graves acusaciones de abuso sexual que los mismos jóvenes hicieron contra el padre Nicolás Parma?
El padre Parma es un hermano mío en el sacerdocio. No me consta absolutamente nada de eso que hablan. Nunca escuché nada. Nosotros hemos tenido visitas canónicas dispuestas por el arzobispo de Salta en dos oportunidades. En toda la historia del Instituto hasta la intervención dispuesta el 5 de octubre de 2015, nadie denunció estas cosas y por eso me cuesta creer.
¿El padre Parma sigue perteneciendo al Instituto?
Sí. Sigue perteneciendo. Quiero aclarar que mucha información no tengo, porque desde el 5 de octubre de 2015 fui apartado del Instituto y a partir de ese momento perdí el contacto con los hermanos porque la Iglesia lo prohibió.
¿El apartamiento que le impusieron implica que no puede ejercer el sacerdocio?
Yo estoy en obediencia con la Iglesia. Cuando hablamos de sacerdocio, hablamos de una gracia de Dios. Yo, como el abogado o médico, para poder ejercer el ministerio sacerdotal necesito una autorización. A mí me pidieron que me quede en esta casa. Lo que la iglesia determinó con respecto a mí es una medida cautelar hasta tanto se resuelva.
¿El padre Parma está en la misma situación que usted desde el punto de vista procesal?
No. No sé. Yo creo que no, porque él no está aquí.
¿Dónde está Parma?
Hasta donde yo sabía, el último domicilio que tenía era en España.
¿Sigue perteneciendo a su congregación?
Eso no sé. Lo que sí puedo asegurar es que hasta el 5 de octubre de 2015, cuando me apartaron, el padre Parma era párroco de la institución en España.
¿Cuál es la situación de la exmonja María Pacheco, que fue detenida también por abuso sexual?
No es mucho lo que conozco. A ella sí la conocía porque pertenecía al Instituto, pero no es mucho lo que puedo decir.
¿Cómo era su relación con el obispado de Salta?
Yo fui muy protegido y guiado por monseñor Blanchoud, cuando estuvo al frente del arzobispado, entre en 1985 y 1999, cuando empezó a gestarse la creación del Instituto Discípulos de Jesús. Con el actual arzobispo (Mario Cargnello), la relación fue ínfima. Nunca tuve diálogo ni visitas. Teníamos una relación distante.
¿A qué atribuye esta situación?
Lo que pienso es que el mismo Dios que a mí me hizo sacerdote, a monseñor Cargnello lo hizo obispo. De igual manera, pienso que el mismo Dios que a mí me hizo fundador del Instituto Discípulos de Jesús lo hizo arzobispo a él. Como yo amo a ese Dios y obedezco, acepto la autoridad de monseñor Cargnello. Es decir que en todo lo que se refiere a la fe, yo lo respeto, lo escucho y obedezco.
¿Habló alguna vez con monseñor sobre esta relación fría?
No. Nunca hablé. Yo desearía hablar con monseñor con respecto a la relación, para saber qué piensa él, qué criterio tiene o qué piensa de mí. Me gustaría preguntarle cosas. Lo que pasó fue que en el Instituto yo tenía mucha tarea y no me dediqué a hacer buenas migas con la autoridad eclesiástica. En lo único que dependo de él es en la faz pastoral.
¿El arzobispado pudo haber influido en la intervención del instituto?
El decreto pontificio hace referencia a anormalidades dentro del Instituto y la Iglesia designó a un interventor para investigar. Puntualmente el decreto no expresa qué va a investigar. En la Iglesia Católica hay lo que se llama secreto pontificio y, frente a una denuncia, se toma el tiempo para valorarla. Esto lleva dos años y entonces yo pedí que se inicie un proceso eclesiástico. Si me equivoqué en algo quiero que me digan qué es, para corregirlo. Pienso que lo que la Iglesia está esperando es que se resuelva la denuncia penal que obra en mi contra y por eso demora en resolver la cuestión.