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11 DE Noviembre 2018 - 00:00
Con la oposición demócrata controlando la Cámara de Representantes, el presidente Donald Trump encuentra un límite a su estilo autocrático.
Su estrategia contra la inmigración y su descalificación hacia las minorías ha recibido un duro golpe en las urnas que consagraron a una latina de 29 años como la estrella de los comicios en Nueva York; que llevaron al parlamento a dos mujeres indígenas, una de ellas lesbiana, y a dos mujeres musulmanas (una hija de migrantes palestinos y una nacida en África). Todas, demócratas, lo mismo que la primera afroamericana que representará a Massachusetts en el Congreso.
En Colorado, Jared Polis es el primer gobernador públicamente reconocido como gay antes de ser electo y en el estratégico distrito de Florida, el afroamericano Andrew Gillum perdió -en un dudoso escrutinio, como suele ocurrir en ese Estado- frente al candidato de Trump, Ron DeSantis.
El compromiso del presidente en la campaña convirtió a estas elecciones de medio término en un virtual plebiscito, que terminó perdiendo.
Esta derrota, evidentemente, no augura el fin de la era Trump ni garantiza un triunfo demócrata en las presidenciales de 2020. Ni siquiera lo debilita tanto como para aplicar el calificativo de "pato rengo".
Si la economía norteamericana mantiene su prosperidad, como hasta ahora, es probable que el controvertido mandatario logre la reelección. Y si, como presumen muchos observadores, se detuviera la bonanza, los demócratas deberán enfrentar a un rival que los culpará por el "obstruccionismo" de la Cámara de Representantes presidida por Nancy Pelosi.
El actual presidente norteamericano es una figura disruptiva en el sistema y las tradiciones de la primera potencia del mundo. Su posición antiglobalización, su odio hacia la prensa independiente, el rechazo a la inmigración, el exhibicionismo de fuerza y la exaltación de la "ley del revolver" muestran en Trump un perfil populista comparable al que emerge desde hace una década en Europa y en otros continentes.
Es un presidente propio del siglo XXI, pero que encontró un límite en las instituciones y la cultura política de su país que aquilatan 242 años de estabilidad y eficiencia.
El control demócrata en la Cámara de Representantes será un freno a la promesa de Trump de levantar un muro vergonzoso en la frontera con México, de desarticular el sistema de salud instituido por Barack Obama y de establecer un régimen de discriminación étnica, de perfil identitario y retrógrado en un país que, como la Argentina, es un "crisol de razas".
Los demócratas, ahora, impulsarán investigaciones a los casos de corrupción en la Casa Blanca y pondrán especial interés en la denuncia de una supuesta injerencia de los servicios de inteligencia de Rusia en los comicios norteamericanos de 2016. Si esta investigación prospera, Trump podría afrontar un problema crítico, comparable, en algún punto, con el escándalo de Watergate que terminó en 1974 con la presidencia de Richard Nixon.
Pero Trump rescata como un éxito que los resultados no muestren una victoria arrolladora de los demócratas. Su discurso nacionalista y sus éxitos en la defensa de las empresas norteamericanas en la competencia con Asia (especialmente, con China), además de la estrategia de reducción de impuestos compensaron su impronta antidemocrática.
Asimismo, la guerra comercial que emprendió contra China ingresará en otra fase, pero la competencia política y económica con el régimen de Yi Jinping seguirá siendo un problema nacional para Estados Unidos.
Más allá de la coyuntura, el mundo se ha globalizado y cada sociedad vive múltiples tensiones entre la integración, que parece ser el rumbo a largo plazo, los temores que alimentan el rebrote nacionalista, las fracturas en una economía capitalista triunfante y las demandas de los sectores postergados del sistema.
En ese mundo, la xenofobia y la discriminación son sentimientos comprensibles, pero inadmisibles como políticas de Estado. Es difícil que Trump lo acepte, pero en un país con instituciones sólidas, el veredicto de las urnas fue explícito y contundente.
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