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El Museo Casa Arias Rengel tendrá abierta, esta semana, la exposición del artista con íconos, cuadros e imágenes de incalculable valor histórico y estético que muestran una rica parte de nuestra historia.
19 DE Diciembre 2018 - 10:37
Marita Simón
El Tribuno
Indudablemente, la relación que establecen los imagineros con sus obras cobra una fuerza especial cuando se entrelazan la imagen con el contenido y los acontecimientos sociopolíticos que marcaron su entorno.
Así lo interpreta el artista salteño Gustavo Ibarguren, quien montó una muestra de imaginería virreinal con obras de creación propia y muchas de su patrimonio familiar, que datan del siglo XVIII.
Y para Ibarguren, lanzarse a este arte de tallar y pintar imágenes sagradas con técnicas que se aplicaron durante el virreinato, va más allá de un desafío, porque forma parte de su estilo personal, “confesamente barroco, esa es mi esencia”, dice de sí mismo mientras describe las obras en una recorrida con El Tribuno.
“Mi casa es una cápsula de tiempo en la que vivo rodeado de estas cosas que crean mi mundo, tal como lo edifiqué”, agrega y explica que dedicarse al oficio de imaginero de la época virreinal tiene que ver con el mayor aporte sociocultural y artístico de ese momento histórico. “El siglo XVIII plantea más aportes e incorpora en las obras mascarones de vidrio, incrustaciones de espejos y nácar, por mencionar algunos elementos que le dan mayor realismo a los trabajos. Por lo tanto, mis creaciones se fueron realizando paulatinamente, sin dejar de lado que provengo de una familia en la que se atesoraron este tipo de obras en cuadros, imágenes de santos, íconos y más, que generaron mi pasión por este arte, más allá de lo devocional”, remarca.
Para Ibarguren, el sentido de exponer estas piezas únicas y extraordinarias de su colección, encierra una intención generosa y solamente interesada en abrir al conocimiento e información del público sobre este tipo de imaginería.
El artista, investigador constante de los procesos históricos desde la conquista, resalta el sincretismo que se produce a partir de la llegada de los españoles a nuestra región, desde Perú, pasando por Bolivia, Chile y Argentina.
“La cultura europea y judeocristiana llega a esta parte de América y se fusiona de una manera sincrética con toda la iconografía de la zona, del mismo modo que las deidades y entidades americanas lo hacen con lo europeo”, explica Ibarguren.
Lo que se expone
Sin dudas, un oratorio completo se muestra imponente en la exposición. Está compuesto por un dosel cubierto con tela de damasco de seda, con pasamanería de galones de hilo de oro, hilado que se repite en el bordado de la parte superior frontal. Lo “preside” un cuadro con la imagen de la Virgen del Carmen del Alto Perú del siglo XVIII. La mesa del retablo sostiene un Cristo de la Agonía, realizado por Ibarguren y perfectamente logrado e inspirado en la imaginería de Quito. Completamente barroco, está tallado en madera policromada con cascarón de vidrio y nácar, que también está presente en las heridas del Cristo.
Al pie se ubica la Sagrada Familia, tres piezas cusqueñas de finales del siglo XVIII. “Están vestidos de gala, con estupendo ropaje de brocato con hilos de seda y oro de altísima calidad. Se asientan sobre una alfombra tejida en telar de los Valles Calchaquíes, de 100 años de antigüedad, además de un reclinatorio y un sitial
La instalación se integra con dos cuadros pintados en Cusco de principios del siglo XIX, con moños en su parte superior y cucharas de plata y alfileres en la cinta que cuelga por debajo. “Más que adornos son ofrendas que se hacían a las imágenes para agradecer los dones de la tierra, entre ellos los minerales como la mina de plata de Potosí”, señala Ibarguren.
Se completa con una colección de niños protegidos en fanales de vidrio, imagen de Jesús infante, con piezas de Cusco, rodeados de flores de seda e hilos de oro y plata, recreados tal como las monjas de hace dos siglos elaboraban. “Como una derivación andaluza se los denomina Manuelito, que no es otra cosa que Emanuel, el niño Dios. Los más antiguos eran rubios, algo que parece incompatible con Perú, pero que en realidad significa el Niño Inti, el Niño Sol. Eso es también una consecuencia del sincretismo que señalaba anteriormente. No es una influencia europea, como se suele señalar, sino que las señoras del incario, ya conversas al catolicismo, encargaban a los talleres peruanos imágenes del niño en madera de maguey y ponían dentro de él una pequeña barrita de oro, como una muestra de valor y devoción americana. En definitiva, el niño rubio no es una cuestión étnica ni de nacionalidad, sino de representación del Sol”.
La colección suma tres pintura coloniales del Cristo caído, la coronación de la Virgen de la Santísima Trinidad y la Virgen de la Merced con San Ramón Nonato en brazos. Una imagen que sorprende es la Virgen del Rosario de Pomata (ubicada en el lago Titicaca), pieza recreada de Ibarguren vestida con elementos muy antiguos y con una corona con un penacho de plumas, cuyo significado era dado por las damas del incario y las plumas fueron un símbolo de nobleza.