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El doctor Héctor Idilio Fernández hace unos años con El Tribuno, contando la historia del regreso del dengue al norte.
Por las intensas campañas para erradicar otro vector, había desaparecido en los años 50. Regresó en los 90 y cada año las consecuencias parecen más graves.
12 DE Mayo 2019 - 01:09
Más allá de los dramáticos testimonios de quienes han sufrido el dengue en su forma más agresiva (hemorragias) o de las afanosas y a la vez inútiles intenciones de los funcionarios de salud por desmentirlos, el responsable de los males está presente prácticamente en cada vivienda de los departamentos San Martín, Orán y Rivadavia, y nada de lo que se hizo hasta ahora ha resultado suficiente para erradicarlo.
En una región de selvas y bosques pedemontanos, de valles reverdecidos, de diversas cuencas hidrográficas y quizás potenciado por el cambio climático que hace que el norte haya dejado de ser esa región de largas sequías para transformarse en una zona donde no deja de llover por semanas, el Acedes aegypti, transmisor del dengue, el Zika, la fiebre amarilla y la chikungunya ha vuelto para quedarse. A menos que los responsables de la salud de la población tomen las cosas con más seriedad y pongan manos a la obra como se hizo hace décadas a pesar de las carencias de todo tipo que imperaban en aquellos tiempos para erradicar al temible vector (transmisor) de enfermedades.
La lucha contra el anofelino
En la década del 40, el norte (que comenzaba su desarrollo por la riqueza forestal) era casi una selva y en medio de ella investigadores y científicos movidos por un compromiso casi incomprensible en esos tiempos, recorrían cada palmo buscando peligrosos insectos que transmitían graves patologías como el paludismo y que había hecho estragos en las poblaciones de la región.
Uno de ellos era el Dr. Enrique Patricio Gampaolli, el primer médico higienista que tuvo la provincia de Salta y quien ejerció la dirección del siempre recordado y prestigioso hospital Vespucio, ubicado en la localidad homónima y perteneciente a la ex estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), transformado en uno de los centros de investigación más importantes de aquellos años.
A los pocos años de la llegada de Gampaolli, arribó el Dr. Héctor Idilio Fernández, un muchacho nacido en la provincia de Chaco que había hecho sus estudios primarios, secundarios y universitarios en Santa Fe, en la Facultad de Ciencias Médicas y Farmacia. Fernández egresó con el título de doctor en Bioquímica y Farmacia.
Como él mismo lo recordaba hace algunos años en una entrevista hecha por este diario, era concuñado de Gampaolli y fue por él que llegó al norte argentino.
“Estando en río Pescado (Orán) me consultaron si quería incorporarme a YPF porque había que tomar 500 trabajadores para el sector de perforación, por lo que había que examinar a unas 3.000 personas”, recordaba el médico Fernández en esa entrevista.
El doctor Fernández en una campaña de vacunación en pleno monte en San Martín.
La lucha de aquellos años en la región por parte de las brigadas de salud tenía otro objetivo, otro vector en realidad: el Anopheles que transmitía el paludismo. Fernández quería avanzar con sus trabajos de investigación de enfermedades tropicales por lo que el ofrecimiento de su concuñado Gampaolli le vino como anillo al dedo.
El primer cargo que ocupó el doctor Fernández al ingresar a YPF fue el de jefe transitorio de laboratorio de análisis clínico, ya que llegaba al norte con especializaciones hechas en hematología, microbiología y parasitología. Pero su preocupación -como el de toda la población norteña- era el paludismo, por lo que en forma paralela a su trabajo en el laboratorio del hospital Vespucio realizaba el asesoramiento de las brigadas de saneamiento ambiental de YPF.
“El ilustre doctor Carlos Alberto Alvarado, mano derecha del ministro de Salud de la Nación Ramón Carrillo, lo convenció al entonces presidente Juan Domingo Perón de que había que rociar todos los domicilios con DDT, campaña que se reiteraba estrictamente cada 6 meses. Fue así que se rociaron el noroeste y el noreste argentino, tanto la zona rural como urbana. Y es por eso que cuando yo llegué a la región en 1952 el Aedes eigipty ya había sido erradicado”, explicaba el Dr. Fernández.
La primera campaña sanitaria para erradicar el transmisor del paludismo se llevó a cabo en 1957 a consecuencia de una epidemia que se produjo en la frontera y que por lógica llegó al chaco salteño en un par de años. Las campañas para mantener controlado al transmisor del paludismo se hacían en forma permanente y la feliz consecuencia fue que de esa manera se tuvo controlado al Aedes eigypti.
Cuando la organización mundial de la salud ofreció todos los medios para la lucha contra el paludismo (vehículos, asesoramiento, insecticida, medicamentos) cada nación debía aportar por su parte la infraestructura consistente en vehículos, edificios y personal; de ahí que en Tartagal se instalara La Palúdica, hoy utilizada por la Dirección de Control de Vectores de la Nación.
En 1960 cuatro profesionales entomólogos del Instituto de microbiología Carlos Malbrán llegaron a la región para realizar una determinación del índice de infestación del anofelino, transmisor del paludismo. Con los años y más experiencia, Fernández comenzó a reportar sus investigaciones propias a ese instituto al punto que un mosquito descubierto por él fue bautizado como Culis Fernandesis, en reconocimiento a la labor del científico que por décadas y de una forma austera vivió en Tartagal, investigando.
Una gran dedicación
En 1970 Fernández dejó su cargo como jefe de laboratorio en el hospital Vespucio para dedicarse íntegramente a la investigación de las enfermedades transmisibles por vectores. “Eso me daba la posibilidad de dedicar más tiempo para coleccionar mosquitos, y hacer los estudios en los lugares donde estaba trabajando la gente de YPF. Solía alejarme de los campamentos por una semana , dormía en carpas en medio de la selva, al lado de las lagunas o cerca de donde estaban las comisiones sismográficas”, recordó en una charla para agendar y reciclar.
El día que se supo que había vuelto
Un atardecer del 10 de enero de 1992, el doctor Fernández -ya jubilado y residiendo en Aguaray- descubrió en el brazo de un empleado de su farmacia un ejemplar de Aedes eygipti. “En la década del 40 los científicos hablaban de que ese vector como el transmisor de la fiebre amarilla, el dengue y la fiebre hemorrágica. Más tarde, alrededor de 1950 se descubrió que no eran los tipos 1 y 2 solamente sino que estaban el 3 y el 4 y que uno de ellos producía lo que hoy llamamos dengue hemorrágico”, dijo.
Cuando el especialista tuvo la certeza de que el mosquito que se posó sobre el brazo del empleado era el transmisor del dengue y la fiebre amarilla investigó los alrededores de Aguaray, Tartagal, Mosconi y Campamento Vespucio y confirmó lo que temía: “El mosquito ya había colonizado prácticamente todas las localidades, ya estaba de vuelta desde hacía por lo menos un año antes”, expresaba el Dr. Fernández en aquella entrevista.
Desde entonces el transmisor del dengue, Zika, fiebre amarilla y chikungunia permanece en los hogares norteños. Los malos hábitos de la población y su falta de conciencia, las campañas deficientes y la negación de que el problema existe son una combinación que han hecho que el dengue se vuelva endémico en el norte de Salta con los perjuicios que para la región eso implica y no solo en materia de salud.