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20 DE Diciembre 2020 - 01:59
Salta, por su ubicación geográfica se hallaba más unida al Alto Perú que al Río de la Plata, aún cuando su jurisdicción perteneciese, conforme a la Real Ordenanza de Gobernadores Intendentes, a este último Virreinato. Esta situación produjo, en base al activo comercio que mantuvo durante su vida colonial con las ciudades del Virreinato de Lima, que Salta se erigiera en una de las urbes más nobles y ricas de cuantas hubo en la América Hispana. El siglo XVIII representó el florecimiento de Salta, fuertes compañías mercantiles tenían asiento en la ciudad, que rivalizaba con Córdoba en giro mercantil. La ciudad vivía más al tanto de los sucesos del Perú que de los ocurridos en el puerto de Buenos Aires, las costumbres de la sociedad salteña eran las de Lima y las noticias del mundo europeo se difundían desde allí.
La actividad minera del Perú y del Alto Perú, requería animales de carga aptos para la compleja zona montañosa. La mula fue un animal imprescindible para transportar pesadas cargas durante largas travesías y sin gastos, porque se alimentaba de pastos verdes o secos.
En este contexto tuvo singular importancia el comercio de mulas, esta especie fue sumamente apreciada por su resistencia a climas rigurosos. Fue empleada en el transporte de cargas gracias a su condición principal de poder trepar por los ásperos riscos y senderos de las montañas, donde no podía hacerlo el noble caballo. De allí la codicia manifestada en su comercialización y la necesidad que había de este ganado en las tierras peruanas. Esto dio lugar a la formación de compañías dedicadas al arreo de esos animales. La circulación de mulas articuló un espacio económico entre Buenos Aires y el Perú desde comienzos del siglo XVII y que perduró hasta las primeras décadas del siglo XIX.
Las mulas, expresa Concolorcorvo en su obra "El lazarillo de los ciegos caminantes desde Buenos Aires a Lima", nacían y se criaban en las campañas de Buenos Aires hasta la edad de dos años. Posteriormente eran trasladadas hasta los potreros de Salta para su invernada y desde allí, puestas en venta en la feria de Sumalao, más tarde partían hacia su destino final en el Perú. El autor citado expresa: "esta es la asamblea mayor de mulas que hay en todo el mundo, porque en el valle de Lerma pegado a la ciudad se juntan en número de sesenta mil y más de cuatro mil caballos".
La invernada tenía por objeto preparar al animal para soportar la larga y ardua jornada que lo conduciría a través de los pasos al Alto Perú. Esta actividad fue muy importante para la economía de la Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán en los tiempos del virreinato, y constituyó la fuente de mayor generación de ingresos, tanto para los particulares que explotaban este rubro de la economía, como para las arcas del Estado que recibía tributos cuantiosos.
La invernada se hacía en los meses estivales, cuando las pasturas alcanzan su máximo desarrollo merced a las precipitaciones propias de la estación. Los animales procedían de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero. Se les invernaba en los fértiles valles de Lerma y Calchaquí, engordando y robusteciéndose, para luego ser arreados a las minas del Alto Perú. Otros puntos de invernada eran la quebrada de Escoipe, La Candelaria, Guachipas, Tolombón, San Carlos y La Silleta. El egreso de las recuas con sus capataces y peones se producía por la quebrada Del Toro, rumbo a Potosí, Oruro, Cuzco, Jauja y Pasco. Otro punto de salida era la Quebrada de Humahuaca a Tarija. Una vía de tránsito mular partía desde La Caldera, y siguiendo el trayecto de León, Tilcara y Piscuno en el territorio vecino de Jujuy.
En ocasiones, la invernada mostraba una cara adversa. El clamor de los habitantes del valle de Salta se hizo oír ante lo que consideraban abuso en las invernadas, el número excesivo de cabezas de ganado que convergían en la zona sin tener suficiente terreno para ello, traía como consecuencia que los labradores perdían el fruto de su trabajo, porque las mulas destruían las sementeras y talaban los campos. El reclamo refleja la cuantía del ganado que se concentraba en el valle y de la magnitud de la venta que se ejercía en Salta. Es evidencia de la posibilidad de riqueza para ganaderos, dueños de potreros para pastaje, organizadores de la feria, comercio en general y fuente de trabajo para capataces, troperos, ayudantes y peones. En 1811, el Cabildo prohibió la invernada desde el Río Blanco hasta Puerta de Díaz, norte a sud, y de Oriente a Poniente, las sierras que circundan el valle incluyéndose La Lagunilla.
La feria de Sumalao; ubicada en la vecina localidad de Salta; era anual y se realizaba en los meses estivales enero, febrero y comienzos de marzo. Era importante el volumen de transacciones que allí se efectuaban. Considerando las mulas del territorio salteño y las procedentes de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, el comercio ascendió entre 20.000 y hasta más de 60.000 cabezas, que se subastaban en la feria de Sumalao.
Entre los principales empresarios dedicados a este giro comercial destaca Domingo de Olavegoya, Miguel Francisco Aráoz y Nicolás Severo de Isasmendi. Finalizada la transacción comercial, las arrias se ponían en camino al Perú.
Eran conducidas por sus capataces quienes podían llevar entre 500 y más de 5.000 mulas por arria. El capataz portaba un permiso en el que constaba el nombre del introductor (empresario), fecha, nombre del capataz que conducía el ganado, el número de mulas, el destino final y constancia que dejaba abonado el derecho de sisa y el de alcabala. El contingente debía hacer un derrotero que duraba meses, discurriendo por las alturas de montañas y valles escarpados.
Cabe destacar que aún cuando el número de ganado vendido y que se internaba al Perú era de un gran volumen, sin embargo; el importe recaudado en concepto de impuestos era insuficiente en relación al número de animales vendidos.
Esto era consecuencia de las extracciones clandestinas efectuadas por los mismos arrieros, quienes declaraban portar una cifra inferior de ganado al que realmente conducían. En cada puesto de guardia había de presentarse el permiso, generalmente, se encontraban un número mayor de mulas a las declaradas, y cifras por las que no se había pagado los impuestos de uso y costumbres.
La escasez y precariedad de los controles y su efecto negativo sobre los Ramos de Alcabala y Sisa (impuestos) fue observado por el ministro general de la Real Hacienda, don Antonio Atienza, quien expresa: “solo la falta de celo en resguardar los puestos respectivos y con especialidad el recaladero de las principales salidas y el importante de Piscuno”. Más adelante recomienda “se impida a toda extracción clandestina así como encargará se haga lo mismo oportunamente en los puntos de la quebrada de Los Sauces, sin que ningún individuo del Resguardo pueda desamparar su puesto sin incurrir en las penas de derecho”. (Archivo Histórico de Salta. Fondos de gobierno. Carpeta 1810)
Las rutas para la internación de mulas eran dos: la primera conducía las recuas a través de la quebrada Del Toro, llamándose su guardia “Boca de la Quebrada del Toro”, y la segunda que se seguía por el paso de La Caldera, llevando el camino de cornisa que conduce a Jujuy.
Allí en La Caldera estaba establecida la Guardia de los Sauces, trasponiendo los límites de Salta, en Jujuy a orillas del río Grande se encontraba la Guardia de León. En la siguiente etapa, siempre en Jujuy se hallaba la Guardia de las Aguas Calientes. En cuanto a la Guardia de Piscuno, se ubicaba en el límite de Jujuy con el actual territorio de Bolivia, siendo el último puesto de guardia instalado por la Tesorería General de la Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán.
El trabajo de guardia en parajes desolados, de clima rigurosos y en precarias condiciones, sin comodidades y escasez de víveres, no eran compensados, el sueldo era exigüo.
Los guardias recomendaron habilitar otros puestos de guardia, toda vez que las tropas utilizaban otros pasos por Calahoyo, Berque, Sancarí y La Quiaca, lo que hacía necesario el empleo de más guardias para evitar la evasión impositiva.
En Salta, los comerciantes se orientaron al engorde de mulas, completando esta actividad con otras como la cría de vacunos, aplicando una ganadería diversificada. La reventa de productos europeos bajo la denominación de “efectos de Castilla”, completó el panorama de una economía generadora de riquezas en la que Salta funcionó como punto de redistribución mercantil en la región. Esto permitió consolidar la importancia de Salta en el virreinato y la vinculación a un mercado interregional e interoceánico. El comercio mular se convirtió en la actividad más relevante de la región y atractivo para inversores. En aquellos remotos días, la invernada y la feria de mulas fueron factores dinámicos en la economía salteña, activando el comercio y generando empleos. Resultado de esta ganadería, Salta fue un centro activo que forjó fortunas y prosperidad para sus habitantes.
El proceso emancipador que se gestó en la segunda década del siglo XIX, eclipsó esta posibilidad del tráfico mulero. Salta retrogradó en su posibilidad económica de restablecer esta explotación. En el período de la lucha por la Independencia, el ganado fue destinado a surtir a las tropas patrias y el diverso signo político de las tierras salteñas y peruanas alteró el orden económico.
La mula con su lento pero seguro andar cimentó un período de prosperidad para nuestra tierra. Cabe preguntarse, actualmente, ¿qué actividad económica reactivará a nuestra economía quebrantada? ¿Qué proyectos políticos favorecerán la inversión privada que permita consolidar un período de esplendor como el que presenció las postrimerías del siglo XVIII y los albores del XIX? Solo el diálogo sincero, los acuerdos de sectores políticos-económicos y la prescindencia de mezquindades podrá alumbrar un nuevo renacimiento económico salteño.
* María Irene Romero es docente de la Ucasal y presidenta de la Academia Güemesiana.