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Alejandro Pasos (62) es bonaerense y tenía un negocio de catering que por la pandemia tuvo que cerrar y quedó en la calle. Javier Corbalán
En el lugar de la comuna hay 20 personas, pero hubo picos de 36.
28 DE Junio 2020 - 01:28
Son los sin techo. La calle se había transformado en su hogar, sin embargo el avance de la pandemia por la COVID-19 complicó su situación y quedaron desprotegidos ante una amenaza que puso de rodillas al mundo.
La irrupción del coronavirus afectó gravemente a las personas que viven en situación de calle en la provincia. Esta eventualidad llevó a los gobiernos a poner especial atención en esta población desprotegida y se pusieron en marcha algunas iniciativas para ayudar a la gente que vive en la calle.
Particularmente, la intendencia de Bettina Romero puso en marcha un refugio que funciona desde el 18 de marzo y fue abierto dentro del marco de la pandemia por coronavirus para poder realizar un rescate de todas las personas que estaban en situación de calle.
Al principio la idea era refugiar solo a los adultos mayores, pero con el paso de los días, una vez que rescataron a todo ese grupo, comenzaron a tener también solicitudes de ingreso por parte de otras personas con otras edades -y problemas- a las que no podían desatender.
“Ya vamos tres meses de existencia de este refugio. Durante este tiempo hemos tenido un pico de 36 personas, ahora ha descendido y actualmente hay 20”, expresó Gonzalo Fernández, encargado del Refugio Municipal.
Las personas que están alojadas en ese lugar tienen características similares: ha sido rescatadas de la calle, ingresaron voluntariamente porque tenían conocimiento del lugar o llegaron a través de una denuncia al número 105.
De esas personas que se alojaron en el hogar transitorio, algunas ya estaban en situación de calle antes de que inicie la pandemia y otras que estaban desarrollando actividades comerciales, pero como consecuencia de las restricciones que hubo por la cuarentena se quedaron sin trabajo. Eran personas que vivían el día a día.
“Tenemos personas que tenían la posibilidad de que con lo que ganaban en el día podían pagar la pieza con un plato de comida. Al cortarse todo y entrar en fase uno se quedaron sin absolutamente nada. Tenemos el caso de uno de los muchachos que es chef y colabora con nosotros con el tema de la cocina. Él estaba trabajando en una empresa y se acabó todo, entonces quedó en la calle”, expresó Gonzalo Fernández.
Sin salidas
“Nosotros, dentro del reglamento que armamos no tenemos permitidas las salidas. O sea, la persona que voluntariamente decide ingresar, ya se queda. Les ofrecemos desayuno, almuerzo, merienda y cena con la posibilidad de dormir y estar todo el día”, detalló el encargado del refugio municipal.
Sin embargo, Gonzalo Fernández explicó que se permiten dos tipos de salidas que están rotuladas como las excepcionales y las ordinarias.
“Las excepcionales tienen que ver con todo lo que es gestión de trámites. Hay mucha gente que no tenía documentación o quería iniciar algún tramite. Nosotros tenemos un equipo: una trabajadora social, una psicóloga y una abogada. Ellas son las que se encargan de ayudar a todas estar personas a gestionar trámites”, afirmó.
Gonzalo Fernández es la persona que está al frente del refugio municipal
Entonces, las salidas excepcionales que están dentro de ese marco son: ir al banco, al Registro Civil, a la policía, a la Anses. En ese tipo de salidas a las personas que están alojadas se les gestiona el turno, realizan el trámite y regresan al refugio.
Después están las salidas ordinarias que son solamente dos: una a las 12 y otra a las 19. Se elige una sola persona para que vaya al quiosco o supermercado para comprar alguna cosa eventual o extra que alguno necesite como cigarrillos, coca, chicles, galletas o lo que sea.
Una proyección
La mayoría de los casos están solos. Los que tienen familias están desconectados de ese vínculo y ellos se autogestionan sus propios ingresos. Hay algunos que cobran alguna pensión o ayuda del Gobierno.
“Al refugio primero lo abrimos para solucionar un problema urgente que era para hacer un rescate (de personas en situación de calle)”, afirmó el funcionario.
Y agrega que después empezaron a hacer una proyección y lo dividieron en tres etapas: la primera era de rescate, la segunda es de contención (donde se asiste a la persona socialmente) y la tercera es la de proyección, que tiene por objetivo que ellos aprovechen al máximo el tiempo de estadía el lugar.
Como hay una fecha incierta sobre cuándo va a terminar la pandemia, la idea es que puedan hacer alguna capacitación. Por ejemplo, hay mucha gente que no terminó el secundario y desde el refugio están analizando si pueden ayudarlos a finalizar. “La idea es que no sea una estadía quieta, estancada y que cuando esto se termine la gente quede igual que cuando ingresó”, finalizó.
Tiene 62 años. En la crisis del 2001 quedó sin trabajo y no se recuperó más. Pasos (62) es bonaerense, nació en el partido de Morón y afirma tener una historia “bastante particular” donde tuvo que atravesar adversidades que se iniciaron en una de las etapas más negra de la historia argentina.
“Yo venía de ciertas complicaciones desde el 2001 cuando me quedé sin trabajo por la crisis que hubo. Yo era funcionario en un banco, venía de Buenos Aires. Primero estuve en Tucumán, después en Salta, hasta que llegó todo este despelote”, expresó Alejandro, que desde la debacle que se originó en el gobierno de Fernando de la Rúa no se pudo recuperar más.
En los años 90 se recibió de chef en Tucumán. Esa gran pasión que fue la cocina empezó como un hobbie y terminó convirtiéndose, un tiempo después, en una salida laboral. “Me dediqué en serio a todo esto”, afirmó.
Por las vueltas que da la vida, pasó de bancario a la docencia. Estuvo mucho tiempo enseñando sus recetas en una escuela de gastronomía en la ciudad de Salta. “Estuve 12 años dedicado a la docencia. Después estuve en la parte de sistemas móviles educativos donde se hacían los cursos de cocina para los municipios del interior”, agregó Alejandro.
Después le salió un emprendimiento propio en El Quebrachal que no prosperó. Pero no se quedó quieto, tuvo la oportunidad de hacerse cargo de un catering en la Puna, en la zona de Cauchari (Jujuy), a 3.850 metros de altura.
“Ahí quemé las naves (en El Quebrachal) y me fui para allá, pero la cuarentena me mató, aunque ya venía antes disminuyendo la actividad. Pasó el tiempo y las cosas en vez de solucionarse se pusieron peor y uno se quedó sin el pan y sin la torta”, expresó.
Es la primera vez que está en un refugio y, sin embargo, su optimismo es sorprendente. Nunca pierde su sentido del humor y esa sonrisa que lo caracteriza, aquella que tienen los que saben que ante la peor adversidad uno debe mantenerse positivo para tomar buenas decisiones.
“Lo tomé bien y estoy agradecido. Esto es un refugio muy particular. Esto es otra historia, porque acá estamos tiempo completo a lo que le tenemos que sumar la cuarentena. Acá hacemos todo, esto es una familia ¿Te queda claro? Con todo lo que implica (risas). Más de una vez uno se pelea con un hermano y viven bajo el mismo techo. La convivencia tiene esas cosas normales que surgen de convivir”, expresó.
Cuarentena
“Con la cuarentena se me vino toda la estantería abajo. Cuando no estás muy bien armado económicamente, estás remando para salir después de una serie de situaciones y circunstancias, después quemás las naves, ponés todo al cero y resulta que el cero no sale. ¡Chau! La estaba peleando, pero digamos que espalda no tenía todavía”, afirmó.
Alejandro ingresó el 20 de marzo, así que estuvo un par de días en la calle. “Es duro con todo lo que eso implica”, expresó -aunque no quiso dar más detalles- pero aseguró que gracias a Dios fue por poco tiempo. “A mi no me gustaba la situación”, añadió.
Especialidad
El hombre contó que desde que llegó está dando una mano, lo ve como una forma de ayudar. Sabe hacer de todo dentro de una cocina, pero hay una especialidad en la que no se siente cómodo. “Me gusta todo, menos la pastelería. Si bien lo sé hacer y no me declaro incompetente, no me gusta porque no soy muy dulcero”, remarcó. Y agregó: “En el resto de la cocina todo es innovación porque todos los platos tienen tantos secretos como imaginación tenga el cocinero”.
Ángel fue uno de los primeros en llegar al hospedaje, cuando arrancó la cuarentena.
Ángel Carro (81) tiene una vida llena de historias y experiencias. Javier Corbalán
Ángel Carro (82) tiene una vida llena de historias y experiencias. Nació en el pueblo de Gilbert, a unos pocos kilómetros de Gualeguaychú, Entre Ríos, aunque a una corta edad junto a su familia se trasladaron a El Bordo, Salta. Allí fue que Ángel hizo la primaria, el colegio secundario y cuando cumplió los 18 fue destinado a Buenos Aires para cumplir con la vieja “colimba”.
La cuarentena lo encontró solo y tratando de cumplir el viejo sueño de reencontrarse con su familia, más específicamente con sus hermanas, Norma Zulma, mayor que él y la menor, Gladys René.
“A uno siempre le preguntan ¿cómo estás? Y uno siempre responde: bien, aunque esté mal. Y yo gracias a Dios encontré un hogar después de muchos años que estuve lejos de mi patria. Soy hijo adoptivo de Salta, porque nací en Gualeguaychú, hace unos cuantos años ya, hace 82 y monedas”, expresó.
Así fueron pasando los años, y Ángel encontró a su compañera de vida y formó su familia en Buenos Aires, con la que tuvo tres hijos y compró su casa. De vez en cuando volvía a Salta para ver a sus padres y sus hermanas.
Hasta que hace 30 años, Ángel trabajó en distintos lugares de Europa, donde hasta se jubiló. De regreso en el país, se instaló nuevamente en Buenos Aires y hace más de un año perdió a la que fue su compañera de vida.
“Después de todos estos años puedo decir que Argentina es el mejor país. Estuve muchos años afuera, en Europa. Tuve un oficio medio novelesco. Yo me recibí de técnico mecánico industrial, de motores de gran porte. Me gustó la aviación y tengo muchas horas de vuelo. Yo era muy chico y ya quería volar. Ver a los pájaros me llamaba la atención”, expresó Ángel.
Contó que una vez casi se mató por querer volar. Cuando tenía siete años agarró una sábana, la hizo como un paracaídas y se tiró del techo de una casa. Si no fuese por una hermana cómplice que lo esperaba con unas colchonetas en el piso, otra hubiese sido la historia. “No me maté por eso. Eso es una pequeña anécdota”, afirmó.
Su vida
En Buenos Aires encontró trabajo en una fábrica de motores, luego estudió para piloto y, como si fuera poco, viajó por el mundo a bordo de un barco de cargas, haciendo el mantenimiento de los motores. Ahora se encuentra solo, con los hijos y nietos grandes y en la tierra que lo vio crecer. En sus recuerdos está la casa en El Bordo.
Ángel contó que mientras vivió en Salta fue representante de la provincia con los Gauchos de Güemes, un conjunto folclórico veterano que no existe más. “Todavía está uno de los hermanos Moya, tiene más de 90 años”, afirmó.
El refugio
“Una varita mágica del destino que me tocó. Estaba mal anímicamente porque una compañera que tuve muchos años viajó. Entonces tuve mis andanzas como todo argentino. Tengo unas hermanas que no puedo encontrar y estoy medio caído con eso. Un día encontré a una persona que me dijo: ¿por qué no te quedás acá? Me van a correr dije. Pero no fue así, acá estoy hace tiempo”, expresó.
Contó que fue uno de los primeros que llegó al refugio y que está tan bien que no se quiere ir. “¿Sabe lo lindo que hay en este lugar? Hay paz. Entonces uno se pone a ver televisión y nadie lo molesta. El refugio es parte mía, de mi familia hasta que encuentre a mis hermanas”, finalizó.