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La voz del poeta salteño da testimonio del mundo y de su asombro ante ese mundo que ha caminado y cifrado. Leopoldo "Teuco" Castilla es un habitante del planeta que ha llegado a ser, sin proponérselo -nadie más humilde y generoso que él-, una referencia.
30 DE Diciembre 2023 - 21:18
Este año la Universidad Nacional de Salta le otorgó el título de Doctor Honoris Causa por "su incondicional compromiso político con la poesía y el medio ambiente". Castilla trabajó y fue estudiante en la UNSa cuando esa casa daba sus primeros pasos con Holver Martínez Borelli como su rector.
Nombres, países, tiempos, memorias surgieron en la charla con El Tribuno. "La poesía nos descubre que todos somos uno, e invalida la posibilidad de toda injusticia", dijo sobre una de las potencias de su oficio. Y también: "Debemos restituir la armonía del hombre con los hombres y con toda la vida del planeta"...
Sentí que esa distinción era también un homenaje a una época fundacional de la Universidad Nacional de Salta, cuando esa casa de altos estudios se proyectó con un espíritu de vasto alcance social y un impulso hacia la unidad cultural de América Latina. Y fue el poeta Holver Martínez Borelli, entonces rector de la UNSa, su visionario propulsor. Profesores, estudiantes y personal administrativo participamos en ese proyecto movidos por un entusiasta fervor creativo y con la conciencia de que esa renovación significaba también un cambio prospectivo en la educación como se la concebía hasta entonces. En esos fervorosos menesteres fui, simultáneamente, director de Prensa y Difusión, estudiante de la carrera de Letras y un incipiente gremialista en Adiunsa, hasta que llegó el golpe militar de 1976 y destruyó -o creyó que podía destruir- esa maravilla, con su oscurantismo analfabeto y con una violencia ciega que costó la vida de 25 desaparecidos.
En 1976 partí hacia el exilio con el único amparo de mi compadre el poeta Ángel Leyva que, por entonces, vivía en Madrid. Junto a su esposa Susana, generosamente me hospedaron en su casa. A partir de entonces comenzó la travesía de tratar de sobrevivir en un país desconocido. Y fui periodista free lance, hice encuestas por las calles, eventual becario, ayudante de ese gran pintor y poeta que fue –y es- Raúl Brié, quien hacía tiempo había emigrado a Europa, fui mozo en un restaurante argentino hasta que llegó por allí el gran poeta, cuentista y fundador de tantos teatros de títeres en el continente, Javier Villafañe, y me convirtió en titiritero, oficio hermoso que aprendí gracias también a mi hermano Guaira, que fue a acompañarme un buen tiempo en el destierro. Con él dimos funciones en centenares de pueblos y fuimos los pioneros en actuar en el Parque del Retiro de Madrid que luego se convirtió en el espacio al aire libre más importante de Europa donde actúan –hasta hoy- teatros, magos, equilibristas, músicos y payasos que llegan de distintas partes del mundo.
Hacia ese país tengo el mayor de los agradecimientos por la solidaridad de sus gentes que se entregó a corazón abierto. Y pasé 21 años allí, con todas las tribulaciones de quien no halla su lugar sino en el recuerdo de la tierra que han querido arrancarle y no han podido. Y más difícil les sería, porque, para apaciguar tanta añoranza, me encontraba con el poeta Santiago Sylvester, con el que nos habíamos transformado, allá lejos, en una suerte de vasos comunicantes de la vida y milagro de nuestros comprovincianos. Resumiendo: España, por su noble hospitalidad, sigue siendo un esplendor y una indeclinable emoción que siempre va conmigo.
Hice mi primer viaje, solo, cuando tenía 18 años por Bolivia, Perú y Chile. Y fue tal la conmoción que me produjo, que desde entonces no paré de ambular por América Latina. Fue una década entera en la que nos lanzábamos con Guaira de famélicos y felices mochileros, yendo y viniendo por esos caminos. Y hay que andarla así para comprobar cómo desde México a la Argentina somos un mismo pueblo forjado con la misma historia hacia un mismo destino. Esa experiencia me convenció de que la integración de sus naciones es imperiosa e impostergable, pues nos fortalecería frente al saqueo insaciable de los imperios –sean del color que sean- beneficiando a todos los pueblos, incluidos los sectores más conservadores.
Anduve por un centenar de países, aprendiendo. Y vi en este mundo tanto esplendor, tanta belleza inconmensurable que hasta parece imaginario. Es una enorme sinfonía de la creación volando entre los astros. Y vi también tanta miseria y tanta injusticia imperdonable, resabios infames de la ceguera del poder. Mi poesía le debe todo a esa experiencia. De esas travesías nacieron unos trece libros, el último de ellos titulado "Jerusalén, el tigre de dios", publicado por el poeta salteño Martín Maigua en su editorial Nudista. Poemas escritos caminando por Etiopía, Jordania, Líbano, Israel y Palestina, este desdichado país ocupado, perseguido y asesinado por la voracidad sionista...
Los 40 años de democracia nos deberían enseñar que no hay cimiento más firme para los pueblos que la paz. Y que no hay futuro para todos cuando hay excluidos por el poder que se asume omnipotente, siendo que su misión es -se debería recordar- sólo la de administrar con sabiduría. No hay país que crezca sin una libertad auténtica, una libertad que no sea impostada para ser utilizada a beneficio de pocos. Y menos, como nos ocurre ahora, por quienes lo hacen a costa de la miseria de la mayoría o quieren vender todo el país al extranjero, país cuya soberanía no es un patrimonio de una minoría insaciable sino un legado intocable para las futuras generaciones de argentinos. Una atonía calculada o irresponsable de los partidos políticos ante este asalto feroz a la ley y a las instituciones puede borrarlos ignominiosamente de la historia y del futuro de nuestra nación.
Nací en la casa de un poeta donde la poesía era como el aire de la vida misma. Crecí entre libros que me enseñaban a mirar el mundo. Un día, a los 14 años, se me dio por escribir un poema y desde entonces hasta
hoy, y mucho me temo que para siempre, nunca sabré por qué –y teniendo tan pocos méritos-, soy amanuense de su hermosa tiranía.
Ocurre que al ser el hombre hechura de la naturaleza es también la naturaleza la que hace la poesía. A través de ella nos llegan todas las dimensiones que el universo oculta. La poesía tiene el don de revelarlas. Por eso también, cuando acierta, vence al tiempo. Preserva una axiología esencial para la plenitud armónica de los seres. Como señala Parfeniuk en su libro Ecopoesía: "La poesía alimenta al sistema ecológico del lenguaje, funcionando como una fuente de crecimiento y 'control de calidad' de las palabras que dan vida a cada lengua y al lenguaje humano en general".
Junto a Lucrecia Coscio, Fernanda Agüero, Marcelo Sutti, Esteban Singh Caro, Eduardo Robino, Carlos Müller y Diego Saravia Tamayo creamos este festival. Nuestra provincia le debe a la poesía mucho de su nombradía y era necesario, también, contribuir a fundar un nuevo polo internacional para la promoción y difusión de la cultura del norte entero. En este punto, no hay que olvidar que la industria cultural es también una importantísima fuente de recursos, una inversión que muchas veces los administradores olvidan. Nos apoyaron el Gobierno de la Provincia, la UNSa, la Universidad Católica y empresas auspiciantes, sin las cuales no se hubiera conseguido el éxito y la trascendencia que tuvo en el país y en el exterior. También es impostergable el rescate de todo su venero histórico. Un patrimonio que no es sólo fundador sino también una defensa ante el vaciamiento de su legado, puesto que la inducida telaraña informática amenaza con aislar al hombre de sus semejantes, suplantando la memoria y el diálogo con el dato, la verdad con las fake news y lo que es más grave: le está quitando el don de la contemplación con la que se integra en emoción y conocimiento a la totalidad del universo.
Pienso que no hay tiempo ni lugar que no funde, vivifique y enaltezca la poesía. A lo largo de los siglos fue creando una axiología superior a la sustentada por la miseria o la ambición desmedida de la condición humana. Esa armonía que debemos restituir del hombre con los hombres y con toda la vida del planeta. Prueba de su eficacia es que perdura intacta, junto a la música y el arte, sobre las ruinas de los grandes imperios que en la tierra han sido. En el fondo marca el derrotero de la más alta política, porque cuando nos descubre que todos somos uno invalida la posibilidad de toda injusticia. En estos tiempos de regresiones oscuras, fruto de la falta de imaginación del pensamiento político, puede la poesía contribuir al nacimiento, con libertad creadora, de una nueva utopía para las generaciones venideras. Y que sea, como ella, alegre y solidaria, a cada instante nueva y a cada instante también, con luz e inteligencia, generadora de ese esplendor que como humanidad nos debemos todavía.