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Los vecinos van a buscar agua al grifo del vertedero San Javier. Fotografías: Jan Touzeau.
Son entre 350 y 400 familias que piden ser reconocidas como vecinos y vecinas. Llevan años asentados y padecen la falta de servicios servicios que no fueron planificados para allí.
15 DE Enero 2024 - 01:01
Flor y Laura se disponen a cargar un viejo lavarropas, tambor vertical, en un carro tipo huevero. El objetivo es llegar hasta la puerta del vertedero San Javier para cargarlo con agua. El camino son unas calles de barro y dolor ganadas a un monte de churquis y tuscas.
Se trata del asentamiento San Javier, en el sudeste de la ciudad de Salta La Linda. Las mujeres llevan el lavarropas porque no tienen agua. No tienen luz, cloacas, recolección de residuos, ni calles ni veredas, no tienen servicio de transporte público de pasajeros, no entran los remises, la Policía ni mucho menos las ambulancias.
Son al menos 350 familias las que actualmente están viviendo allí. El asentamiento se fue armando paulatinamente. Se asentaron ilegalmente y sin planificación, después vienen los problemas de los servicios.
Llegaron a ser 700 familias que se autocensaron luego de la pandemia. Luego se fue reduciendo el número a unas 400 y actualmente tiene esa cantidad por el efecto de las lluvias que inundaron gran parte de la zona.
Flor y Laura, como todos sus vecinos, van diariamente a buscar el agua que se necesita para cocinar, lavar la ropa y las ollas, higienizarse y para que los niños se refresquen un poco en estos días de extremo calor.
Exequiel Ochoa recibe a El Tribuno en su casa. Es domingo por la mañana y está trabajando junto a Franco en la construcción de una habitación en su casa que se va levantando de a poco. Trabajan midiendo y nivelando la primera hilera de bloques de cemento. También tienen que traer agua para su mortero. Es un martirio construir algo en ese lugar.
El hombre tiene 31 años y vive con su compañera Mariana desde hace unos tres años. Fueron nómades en esa misma zona ya que las fuerzas de seguridad los fueron corriendo a fuerza de represión. "Para lo único que entra la Policía es para desalojarnos o cuando los vecinos denunciamos algo grave. Entonces vienen y se llevan lo poco que tenemos. Así es que antes estábamos en otra parte, nos sacaron las pocas cosas que teníamos y nos vinimos a este lugar. Ahora, de acá, no nos saca nadie", dijo.
Una gran proporción de las familias asentadas está constituida por personas jóvenes, entre 25 y 35 años, con niños muy chicos. Son familias nuevas que se quedaron al margen de todo beneficio. Muchas aseguran que llegaron allí porque no tienen ingresos para pagar alquileres. Mucho menos ahora, por lo que calculan que seguirán llegando más familias.
"Tenemos que ir hasta la puerta del vertedero porque ahí está el grifo; eso se hace todos los días. El peligro de esa parte es que es tierra de nadie. Es una zona donde todos corren peligro, especialmente las mujeres", dijo Ochoa.
El joven hace referencia a un grupo de jóvenes que se mezclan con las familias de recicladores de basura. Muchos de ellos están en ese margen por el consumo problemático de sustancias prohibidas. Chicos jóvenes adictos que harían cualquier cosa por obtener unos pesos para una dosis de cualquier droga.
Es toda una calle larga que sale del Vertedero y llega hasta barrio Justicia y luego a Finca San Francisco y Primera Junta.
"Lo más urgente es que las autoridades nos reconozcan, que sepan que existimos y que tenemos necesidades y derechos. Así podríamos acceder al privilegio de tener agua corriente, de tener tendido eléctrico; y así buscar luego tener cloacas y todo lo que tiene un barrio habitable", concluyó Exequiel Ochoa.
Las lluvias transforman al terreno en intransitable y en inhabitable. El barro y la humedad provocan un compost perfecto para que el territorio sea propiedad de mosquitos gigantes y de todo tipo de insectos.
"Acá hemos visto bichos que jamás nos habíamos imaginado", dijo Mauro de 25 años, que vive con su esposa y una nena pequeña desde hace tres meses en el borde donde llegó la última inundación. Todo el terreno fue alguna vez una laguna y con las tormentas vuelve a tomar forma. Desde el terreno de Mauro para el sur, las casas están bajo el agua. No llegan a ser casas porque son toldos de naylon sobre débiles puntales con pallets y lonas viejas que hacen de cerco.
La vivienda de Mauro y su familia es igual, construida hace 3 meses con lo que tienen, con un calor y una humedad insostenible para la salud de una niña pequeña. Ellos tienen un borde alto que por ahora resiste el embate del agua, pero que saben que aún faltan las peores lluvias.
"Nosotros no tenemos luz y de noche es terrible esto. Tenemos a la bebé y no sólo son los bichos que se escuchan de noche sino también los que vienen a robar. Se llevan de todo, hasta los perros. En los lotes que quedaron inundados se llevan de todo porque acá todo sirve, todo se vende y todo se compra", dijo Mauro.
Los vecinos aseguran que delincuentes matan a los perros y que son frecuentes los hurtos. Muchas veces atraparon a ladrones y cuando los quisieron entregar a la Policía no se los quisieron recibir. Los nadie no pueden ni acceder a la seguridad. Hace exactamente un año, en la noche del 9 de enero de 2023, una joven de 21 años fue víctima de abuso sexual en el camino al asentamiento San Javier. La víctima volvía de su trabajo cuando la sorprendió un hombre y la arrastró hasta un descampado.
"Es un verdadero peligro para todas las mujeres que quieren salir o entrar del centro porque no tenemos parada de colectivos", dijo Exequiel Ochoa.