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30 DE Abril 2024 - 01:19
Nuestro país atraviesa una fuerte crisis laboral. El empleo informal ha crecido al 46% mientras que el salario promedio del empleo formal, según el INDEC, es de $262.817. Con un sueldo de $495.000 por mes se pertenece al 10% más rico de la población. A pesar de esto, seguimos sin tener las discusiones necesarias -con la seriedad que ameritan-, que busquen cambiar la situación. El nudo parece ser la competitividad del sistema productivo argentino; el que queda cada año más retrasado respecto al resto de los países industrializados o de las economías emergentes del mundo.
En los comienzos de la Segunda Revolución Industrial, Henry Ford y Frederick Winslow Taylor, introdujeron el sistema masivo de producción y el principio taylorista de la organización del trabajo; ideas que redujeron al hombre casi al nivel de un autómata. "El trabajo de cada trabajador está completamente planificado por la administración con al menos un día de anticipación, y cada hombre recibe en la mayoría de los casos instrucciones escritas completas que describen en detalle la tarea que debe lograr, así como los medios a ser utilizados en ella"; dice, textual, Taylor en su famoso "Principios de la Administración Científica", de 1911.
Con la Tercera Revolución Industrial surge la necesidad de una mayor especialización laboral y educativa. Explotan las diferencias, tanto en los productos -ahora "personalizados"-; como en los trabajos, los que requieren de una mayor especificidad. Si en la segunda revolución industrial la riqueza se basaba en la distinción entre ser el dueño del capital versus ser el dueño del trabajo; tras la Tercera Revolución, la diferencia la traccionan quienes cuentan con los mayores niveles educativos y las mayores especializaciones.
La Cuarta Revolución Industrial aumenta el foco sobre la productividad de los medios de producción. Robots industriales reemplazan con éxito a los hombres automatizados por Taylor y la "economía de plataformas" se extiende en amplios sectores, pauperizando sus condiciones laborales.
El auge de "Inteligencias Artificiales Estrechas", esas que superan al hombre en varias órdenes de magnitud en un campo de aplicación específico, comienza a desplazar al hombre en varias de estas especializaciones. Por ejemplo, ¿por qué usar ingenieros en el diseño de Inteligencias Artificiales, cuando inteligencias artificiales muy específicas planeadas para eso dan con diseños más económicos y eficientes? No es casualidad que, en casi todo el mundo, los salarios se hallen a la baja de manera sostenida. Tampoco que se verifique una crisis en el sistema educativo superior. ¿Para qué especializarse tanto, con los costos que eso implica, si luego no se podrán pagar, por ejemplo, las cuotas de los créditos estudiantiles?
Podría llenar páginas enteras con noticias de avances científicos impresionantes, todos alejados de nuestra experiencia diaria y que ocurren en todos los campos de la ciencia. Avances que van a implicar fuertes cambios económicos y sociales y que van a ejercer una presión descomunal sobre los modelos de trabajo existentes y futuros. La remanida frase: "el trabajo del futuro o el futuro del trabajo" no sirve para describir lo radical de los cambios laborales, económicos y sociales por venir.
La combinación entre robótica e inteligencia artificial estrecha en vastos sectores industriales -la Industria 5.0-, es el objetivo tras el cual están embarcados muchos países, occidentales y no occidentales.
En tanto, nosotros debemos desarrollar nuestra industria. Nuestro atraso nos permitiría hacer lo que se llama "Leapfrog" (salto de rana), es decir, saltear varias etapas del camino seguido por las naciones industrializadas, alcanzándolas más rápido.
"El éxito de una economía únicamente puede ser evaluado examinando lo que ocurre con el nivel de vida -en sentido amplio- de la mayoría de los ciudadanos durante un largo periodo", afirma Joseph Stiglitz en "El precio de la desigualdad". Tenemos muchas deudas pendientes. Una de ellas es responder para qué queremos a la economía: si para bajar la inflación y cumplir con metas financieras y econométricas; o para desarrollar -en el sentido más amplio posible- a toda nuestra sociedad. No son cosas excluyentes y la primera es condición necesaria -pero no suficiente- para la segunda. Bajar la inflación no puede ser la única meta. El desarrollo del país y de nuestra sociedad nos demanda varas más altas por alcanzar.